Rantamplán, mi perro

czchorro jack russellEra una tarde lluviosa y ceniza en la ciudad de Barcelona, Venezuela, en plena época de lluvias. Yo había comprado algunas cosillas en una gran tienda de ferretería y materiales de construcción, y estaba a la puerta, junto a otros cuatro hombres. Todos mirábamos al cielo, sopesando si era preferible afrontar la lluvia del momento, que había amainado algo, o esperar un poco más.

Yo decidí salir, ya que mi auto estaba cerca. Ya iba a levantar un pie para dar el paso, cuando ese peculiar sentido me advirtió. Miré hacia el piso y lo vi. Un perrito cachorro se encontraba sentado justo en el medio de la «V» que formaban mis zapatos, con su cabeza levantada al máximo, mirando hacia mi. Sentí como si yo lo mirara desde un edificio de tres pisos, de pequeño y alejado que me pareció.


– ¡Criatura! ¿Qué haces ahí mojado? Mira que he estado a punto de pisarte.

Uno de los empleados me dijo que era del taller mecánico de al lado. Allí me aclararon que no era de ellos, sino que alguien lo había dejado abandonado hacia unos días. Ellos le habían dado un baño de aceite quemado, de motor, porque tenía algo de sarna.

No lo pensé muchos. Al fin y al cabo, ¿por qué el animalito se había sentado a mis pies, mirándome con aquella fijación e insistencia para llamar mi atención? ¿Por qué me había elegido entre todos los que estábamos a la puerta? Nunca lo supe, ni lo sabré, ni me importó. Lo agarré. Estaba mojado. Lo metí al auto y me fui.

Por esos días teníamos cuatro perros: la pequeña y vieja mestiza French Poodle, de nombre Sexy, y las tres boxer (La Chica y sus hijas Montserrat y Penélope). Pero no me importó, porque en casa tenía espacio de sobra, y donde comían cuatro lo harían cinco. Además, me dije, sería hasta que le encontrara un hogar. Así que, al llegar a la casa, y hasta que no llevara al cachorro al veterinario, lo puse en cuarentena, dejándolo metido en el baño auxiliar del jardín trasero. Por supuesto que todas las perras montaron guardia a la puerta, porque bien sabían que había invitado, y la curiosidad era enorme.

Entre llevarlo a consulta, aplicarle el tratamiento y que el animal sanara, pasó una semana metido en aquel baño; eso si, con visitas muy frecuentes mías y de mi familia. Lo dejábamos salir y tomar el sol varias veces al día, mientras manteníamos a las curiosas a buena distancia. Y tras un buen baño final, el perrito mostró su color blanco, con tan solo una oreja negra y un círculo de igual color alrededor de un ojo.

El día en que le dimos libertad fue todo un acontecimiento. Corrió por el jardín y se metió por cada rincón de la casa. Y de las perras ni les cuento; era como si se hubiera tratado de un hijo. La excepción fue la viejita Sexy, para quien todo intento de carantoñas por parte del cachorro, era un fastidio que manifestaba con gruñidos y arrugando la cara.

Y pasaron los días y las semanas, y yo no encontraba nadie que pudiera tenerlo y mereciera mi confianza. Así que sucedió lo que tenía que suceder, que el perrito se quedó. Desafortunadamente no nos acompañó más de un año, pues se murió estando sano. ¿Paradójico, no? El animalito comenzó a deprimirse y desmejorar, y a pesar de que todos los análisis daban negativo, se murió de manera muy rápida, sin saber de que causas.

¿Y el nombre del post? Pues andaba yo hoy tarareando una vieja canción de Facundo Cabral que se titula: John Parker Dimitriski, mi perro. Aquel cariñoso mesticito callejero no tuvo un nombre tan rimbombante, ni con tan rancio abolengo ingles; yo simplemente lo llamé Rantamplán, mi perro.

Tuvo una corta vida, pero la disfrutó muy feliz, pues durante su estadía con nosotros contó con una numerosa familia adoptiva, humana y canina; todo lo que el insensible que lo abandonó le había negado.

La foto que he colocado no es la de él, pero se parece. El fue de mi época de cámaras de carrete, y tengo que rebuscar bien entre tantas fotos guardadas por aquí y allá, a ver si queda alguna. Aunque no la necesito, pues su imagen está muy viva en mi; aún lo recuerdo con cariño. Yo le agradecí siempre por haberme elegido aquella lluviosa tarde. Y él siempre supo que era Rantamplán, mi perro.


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