El 26 de septiembre, mi hija mayor, por decisión familiar, -con salvedad de mi hija menor que les tiene alergia- se fue junto con mi esposa al Centro Integral de Acogida de Animales de la Comunidad de Madrid (CIAAM) y adoptaron una gatita siamesa a la que le tenían como registro el nombre de Pichi.
Esta belleza era una de los cinco gatitos que la Guardia Civil encontró abandonados en la calle. Ellos se quedaron con dos, y el CIAAM acogió a los otros tres. Para cuando mi hija adoptó ya otra familia se había llevado a otro, quedando uno solo de nombre Pinki.
El proceso de la adopción no fue complicado. Sin embargo, inicialmente, cuando mi hija llamó por teléfono, debido a que aún mantiene su acento venezolano le hicieron una gran cantidad de preguntas, prácticamente un tes. Posteriormente le aclararon que se debía a que son renuentes a dar animales en adopción a extranjeros, porque muchos de ellos se van del país y abandonan al animal.
Entre todos los compromisos por escrito que mi hija tuvo firmar -no regalarla o entregarla a nadie, no maltratarla, alimentarla y prestarle los cuidados veterinarios necesarios, notificar los cambios de domicilio, etc- estuvo el de presentarla a finales de noviembre para realizarle la esterilización a la gatita. Eso sí, sin costo alguno. Según el contrato, el CIAAM mantiene sobre el animal dado en adopción, la «reserva de dominio» de por vida, y podrá recuperarlo en cualquier momento si encontrara irregularidades en su tenencia y mantenimiento.
Los animales se entregan gratuitamente. Sin embargo se pagaron 12 euros, debido al obligatorio microchip de identificación que se le colocó. Fue una verdadera ganga, considerando que el costo promedio de ese dispositivo ronda los 50 €. Pero ya se han gastado en total más de 100 € en atención veterinaria y medicamentos. Eso sin contar su jaulita para el transporte y los múltiples juguetes.
Mi esposa fue quien no lo pasó bien en las instalaciones de CIAAM. No le quedaron muchas ganas de regresar. Se fue en llanto al ver tantos gatos y perros que llamaban desesperadamente su atención, como si le dijeran «llévanos contigo».
Mi hija le cambió el nombre por el de Aiko, como el de la princesa japonesa, aunque también pudiera ser por la cantante. El significado depende del kanji utilizado para su escritura, y puede ser: «amor-niño» (el niño amado, o una persona que ama a otros) o «sol naciente-niño» (el niño del sol naciente). Para nosotros es nuestra «gatita amada» y super consentida.
Ya va para cuatro meses de edad. Y como pueden ver en las fotos, al igual que los niños de la generación electrónica de hoy, a nuestra gatita Aiko le encanta echarse sobre el teclado de la computadora portátil de mi hijo, o abrazarse al router. Realmente, lo único que busca es algo de calor, porque aún no le ha salido todo el pelaje y está algo resfriada. Disfrutará dentro de poco, cuando enciendan la calefacción en el edificio.
¿Y qué opina mi familia después de unas semanas de tenerla? Pues no se explican que algo tan pequeño haya podido llenar tanto la casa con su presencia.