Como prometí en el artículo anterior: «Nukita, mi gata negra como un cadillac» esta es la continuación de los sucesos que siguieron al oportuno rescate y adopción de esta gatita negra, que Juan Luis recogió antes de que fuera abandonada.
En lo particular, el comportamiento que Juan Luis narra yo nunca lo he visto en una gata, ni había escuchado sobre él; pero ahí está, sucedió. Da mucho que pensar, y muy bien, sobre las relaciones entre un gato y un animal, de las que yo tengo muy buenos recuerdos personales con mi gato Mínimo.
Les dejo con el relato, que lo disfruten.
El sábado 21 de mayo, Nukita estaba especialmente cariñosa, paso absolutamente todo el día detrás mío; si yo iba al baño, ella detrás; que yo iba a la cocina, ella detrás; se sentaba a mi lado y me miraba. Yo la ofrecía alguna chuchería y ella no la quería, solo me miraba y me maullaba. ¿Qué quieres Nuki? le preguntaba yo. Ella volvía a maullarme y me hacia seguirla por el pasillo, hasta mi habitación. Se detenía junto a la cama y me volvía a maullar. «No, Nuka, aun no nos acostamos, todavía es pronto». Así pasamos toda la tarde.
Ya por la noche, ella fue la primera en meterse en la cama, yo me levante un par de veces y ella desesperada me seguía, gimoteando. «Vale, vale, ya me acuesto» le decía yo.
Hasta que empezó a ponerse pesada, no paraba de moverse y… yo no me lo podía creer, estaba dando a luz. ¡Pero si ni siquiera estaba gorda, como preñada! Habilitamos una cestita con mantitas junto a la cama ,para que diese a luz allí, pero no quiso, volvió a la cama varias veces. Finalmente pusimos unas sabanas viejas sobre la cama, y nos levantamos a esperar. Nunca hubiese imaginado lo que Nukita haría a continuación.
Ya con parte del gatito afuera, ella se levanto y vino hasta el borde de la cama, a reclamarme. Me daba topetazos con su cabecita, y se frotaba contra mí, pidiendo mimos. Yo la ponía de nuevo en medio de la cama, sobre las sabanas viejas, pero ella volvía al borde, a mi lado. Viendo que al final la cría terminaría cayendo al suelo, en aquel ir y venir de la gata, yo decido echarme en un lado de la cama. Nukita entonces se tumbó pegadita a mí. Mientras me lameteaba las manos y la cara, y sin apartarse ni un centímetro de mi lado, ella tuvo a su primer gatito. Un rato después vino un segundo pequeñajo. Los dos son negros y blancos, como mi gato «Luisito».
Ya cuando terminó el parto les puse a los tres dentro de la cestita, en el suelo. Pero Nuka siguió sorprendiéndome, Se quedaba con sus hijos un rato, luego subía a la cama, se echaba a mi lado, me lamia y abrazaba con sus patitas, y volvía a bajarse con sus pequeños. Estuvo haciendo eso toda la noche: a ratos en la cesta, a ratos en la cama, como queriendo decirme: «Tengo mis dos gatitos, pero te sigo queriendo igual».
Para cuando escribo esto ya tienen 5 días. Parecen bastante sanos, pero apenas me dejan dormir. Cada vez que NuKa se ausenta para subirse a la cama, los dos gatitos se ponen a llorar. Ella los mira, pero se acurruca conmigo, y soy yo quien la tiene que bajara a la cesta, para que los atienda. Y así toda la noche. Si a eso le sumamos que me tengo que levantar, a la una, luego a las seis y luego a las ocho, para darle su medicina a Mimo, te puedes imaginar las noches que paso.
Ciertamente, Nuka me ha ganado de tal manera que se ha convertido en parte indispensable de mi día a día. Todos mis gatos «son familia», pero Nukita es como esa hermana pequeña por la que sientes un afecto especial, aún sin desmerecer en absoluto a los demás hermanos, pero siempre teniéndola un poco mas consentida y mimada.
Lo que esta claro para mí, es que lo siento por quienes dejaron a Nuka abandonada en aquel aparcamiento, porque no saben qué gata se han perdido: tan buena,t an cariñosa y tan elegante como… un Cadillac negro.
Bueno, me voy a la cama… si Nuka me deja sitio.
Por Juan Luis Blásquez