La gata abandonada en la gasolinera de Elda

A principios de noviembre nos fuimos desde Madrid hacia Alicante con unos amigos, viajando en dos coches. Yo llevaba la intención de ver allí unos  «coches viejos» que tanto me gustan, pensando en la posibilidad de comprar uno para restaurarlo.

Unos pocos kilómetros antes de llegar a la población de Elda,  Deborah me preguntó si no íbamos a parar allí para enseñarle a mis amigos aquel antiguo desguace abandonado, en el que solía haber coches muy antiguos y que siempre nos pareció que  encerraba cierto misterio.

Yo ni me acordaba de aquel desguace. Imaginé que ya no quedaría nada de todos los tesoros de antaño; pero aunque no entraba en los planes, me apeteció parar un rato, lo que nos vendría bien para estirar las piernas y poner gasolina.

Una vez llegando al municipio de Elda por la autovia A-3, hay que reducir mucho la velocidad e ir muy atento para no pasarse la salida que conduce a una gasolinera. Desde allí se puede ir andando hasta el desguace, ya que no hay vía de servicio, sino una simple salida consistente en una una corta y cerrada curva que apenas dista tres o cuatro metros de la autovía.
Detuvimos los coches y nos bajamos los cuatro. Apenas Debora puso un pie en el suelo dijo: «¡Hay nene, mira que gatita mas guapa!»

«¡No! !Más gatos, nó! Déjala tranquila, que seguro será de la gasolinera.»



Sin prestarle más atención  caminé  hasta el viejo desguace con mis amigos, unos metros mas atrás, a orillas de la autovía. Poco quedaba  por ver y regresamos a la gasolinera a los pocos minutos.  Deborah había comprado un sanwich que le estaba dando a la gata mientras la acariciaba. Nos dijo que estaba recién parida, pues tenia signos de estar amamantando.

«Bien, razón de más para que la dejes donde está. Y ni pienses siquiera en llevártela», dije yo. Y sin darle mayor importancia me fui a poner gasolina al coche.

Una vez en caja para pagar le pregunte a la chica -por mera curiosidad nada más- si era suya la gata, cosa que yo daba por hecho. Pero me quedé helado cuando ella me dijo que no era suya, que la habían abandonado allí con transportín y todo, y que tuvo varias crías de las cuales ya los coches le habían matado a dos.

Algo malhumorado por aquella noticia, cuando me disponía a montar de nuevo en el coche observe movimiento en unos matorrales, a unos dos metros de la carretera. Me acerque y vi a la gata saliendo de ellos con varios gatitos detras. En aquel momento llegó un coche que entraba de la autovía a repostar. No pude ver bien, pero me pareció que la corta existencia de aquellos gatos había terminado bajo sus ruedas.

Sin embargo, de forma sorprendente y para alegría mía todos estaban sanos y salvos. El coche paso a unos pocos centímetros de ellos y seguro que el conductor ni los vio. Esa vez tuvieron suerte. ¿Y la próxima? «Estos no llegan vivos al lunes». Fue entonces cuando le propuse a Deborah que llamase a una amiga que hacía poso se había mudado cerca de nosotros, también amante de los gatos  y le preguntase si se los podíamos llevar, ya que en mi casa ya esta excedido el cupo gatuno. Luego intentaríamos darlos en adopción. La amiga asintió y nos pusimos manos a la obra.

Buscamos entre los matorrales y encontramos el transportín donde habían llevado a la gata quienes la abandonaron, y recogimos a cinco gatitos de aproximadamente un mes. Los metimos en el coche y luego recogimos a su madre que no opuso la más mínima resistencia. Yo me acerque a la chica de la gasolinera y le dije que nos los llevábamos. Ella se puso muy contenta, ya que tenia perros poco amigables y no se atrevía a llevar a casa los gatos. Estaba segura de que todos acabarían aplastados por algún coche.

Improvisamos una tapa de cartón para el trasportín y una vez en Alicante les compramos uno mejor y comida para gatos, que falta les hacía. Se pasaron el fin de semana con nosotros en el bungalow que alquilamos.

El regreso de Alicante a Madrid se hizo sin una sola protesta de los gatos, como si para ellos fuese normal viajar con nosotros. Una vez en casa los colocamos temporalmente en una habitación, hasta que les pudiésemos llevar a la casa de nuestra amiga. No contábamos con que ella esta reformándola, de modo que, de momento, los cinco cachorros y su madre siguen en la nuestra. Ya los hemos llevado al veterinario para hacerles un chequeo y les ha mandado un tratamiento, porque tienen hongos, aunque no es nada preocupante.  Ya tenemos a tres de ellos «colocados», pero intentaré que no se los lleven hasta que no acabemos de darles el tratamiento. Es que, al final, uno siempre termina tomándoles cariño y cuesta separarse de ellos.

En cuanto a su madre aun  no hemos pensado qué hacer con ella. Se ha integrado en casa como uno más, así que no creo que haya mucho que pensar al respecto. Le he llamado Thelma (por la película esa de Thelma y Louise), y ya luce su collar y placa azul en contra del abandono. Por estas cosas de que siempre cabe uno más es que siempre tenemos excedido el cupo de gatos en casa.

En el post de hace unas semanas, titulado ¿A quién le importa que atropellen al gato? y en otros anteriores, ya he narrado algo de esas cosas que les ocurren a Juan Luis Blázquez de Opazo y a Deborah, su pareja. Yo le he dicho que debieran tener un programa de radio o de TV, o por lo menos su propio blog. Como no hay nada de eso, con mucho gusto lo nombro corresponsal felino para este blog, y me place colocar las cosas que me cuenta, en una vida que parece estar regida por y para los encuentros y rescates de gatos, y también de perros, aunque estos en menor medida.

No sé cuales podrán ser las probabilidades de que lean esto las personas que abandonaron a Thelma en los alrededores de aquella gasolinera en Elda. Pero, si llegaran a hacerlo les preguntaría ¿por qué lo hicieron? Yo asimilo esa acción al mismo hecho de abandonar un bebé en la calle. Para unos y otros hay sitios adecuados, cuando no se quieren o no se pueden tener. La familia que dejó a esa gata abandonada me atrevería a asegurar que conoce de la existencia de sociedades protectores y de organizaciones que, sin hacer preguntas embarazosas, la hubieran recibido para darla en adopción. ¿Entonces, por qué abandonarla?

No creo que ellos pudieran responderme.

Fotos de Thelma y sus cachorros, cedidas por Juan Luis Blázquez de Opazo.

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