Pueden ser múltiples las causas por las que un niño llegue a tener miedo a algo. Que sea por una mala experiencia personal se entiende. Pero la mayoría de los miedos que llegamos a tener son herencia de nuestro entorno familiar; nos trasladan sus propios miedos, aversiones y desagrados.
Sucede mucho respecto a ciertos alimentos o comidas que a nuestros progenitores no les agradan. Esos miedos «heredables» abarcan también a los animales. Si alguno de los padres tiene miedo a determinada especie animal, lo trasladará a sus hijo, o por lo menos lo intentará.
Conozco ahora un niño de cuatro años, que tiene temor hacia los perros. Pero, en este caso, ninguno de los padres tiene miedo hacia los animales. De hecho han tenido gatos hace tiempo. No estamos ante la presencia de un temor heredado. El asunto es que su madre no quiere que al niño se le quite ese miedo por los perros.
Sucede que a ella le resulta «conveniente» mantener ese sentimiento en el niño. Así «evita tener que comprarle un perro si él lo pide». Porque sabe que, de conseguirle uno, tendría que ser ella, precisamente, quien se ocupase de todo lo que implica atender al animal, y por ser trabajadora carece de tiempo para eso. Es decir, a ella le resulta más cómodo y conveniente generar, o mantener en su hijo el miedo a los perros, que enfrentar la posibilidad de que el niño le llegue a pedir uno, y ella no tener la voluntad de decirle que no.
Lo lamentable, a mi parecer, es que se le está quitando al niño la posibilidad de que, algún día, siendo adulto, él pueda decidir tener un animal de compañía, y disfrutar de ese sentimiento de amor que se puede llegar a tener por los animales. Y algún perro (gato u otro animalito) futuro, se quedará sin la oportunidad de un dueño cariñoso y responsable a quien mostrarle toda la compañía, todo el cariño y toda la devoción que ellos pueden dar.
En contraposición total con lo expuesto, la foto de portada, que tomé durante una celebración de la Fiesta de la Primavera, de la Fundación También, tanto los dos niños como el cachorro están aprendiendo las reglas de la convivencia en común, en respeto y total comprensión del comportamiento que corresponde a cada uno; y donde hay comprensión y entendimiento no hay cabida para el temor.