La sombra blanca


Mirada inescrutable y penetrante, porte altivo, carácter impasible, indiferencia absoluta, relajación total. Todo eso y mucho más podría utilizarse para intentar definir a casi cualquier felino. Yo me refiero a este hermoso gato blanco cuya fotografía no me canso de mirar, como no me cansé de mirarlo a él cuando me lo encontré.

Bajaba yo por un serpenteante sendero que discurría a la sombra de frondosos árboles en mis montes asturianas. Poco frecuentado ya por los escasos habitantes de la zona, la maleza intentaba cubrirlo, y en algunos tramos casi lo había conseguido.


Yo andaba a la caza; pero de fotografías. Árboles, piedras peculiares, prados, cabañas, riachuelos, arañas, caracoles, ganado, lo que surgiera. Me había detenido para considerar la incidencia de la luz solar del atardecer y encontrar el mejor ángulo para la toma de una pequeña y vieja estructura que antaño fuera usada como pocilga, adosada a un grueso muro de piedra. Mis ojos estaban considerando dejar como fondo desenfocado una frondosa higuera al final del muro cubierto de musgo y plantas aromáticas, cuando surgió aquella sombra blanca.

Lo hizo de un salto, saliendo de la oscuridad bajo las ramas de la higuera. Si yo hubiera estado mirando de soslayo o pestañeando, pudiera haber llegado a pensar que el gato se materializó, como un mago. Parecía perseguir un insecto, más por juego que por alimento.  Poco después se tendió sobre el muro de piedra, aún caliente por el sol recibido toda la tarde.

Fue cuando nuestros ojos se encontraron; pero él no hizo el menor gesto de sobresalto ni asombro. Yo debo haber resultado para él lo que él para mí. Estoy seguro que de inmediato captó que yo no representaba ninguna amenaza. Pude fotografiarlo a placer, desde distintos ángulos, moviéndome despacio, en silencio, casi sin mirarlo, tratando de no  molestarlo en sus dominios.

Aproveché para sentarme un rato donde pudiera verlo. Decidí tomar un respiro de las más de cuatro horas de caminata que llevaba deambulando por los vericuetos de aquellos bosques en los montes de mi infancia. Tomé un trago de la fresca agua que había recogido un rato antes en una fría fuente natural.  Yo había estado visitando caseríos dormidos, que antaño estuvieron llenos de gente trabajadora y gritones y alegres niños; ahora las casas yacen carcomidas por el paso del tiempo,  como mudos vestigios  de un pasado duro y austero, auque mejor en cierta forma.

Este es uno de tantos gatos que hay en la zona. Que es de alguna de las pocas casas habitadas que aún quedan desperdigadas por allá; pero que no tiene ningún amo y su mundo es el vergel de los montes. Es una sombra blanca que anda a sus anchas, un mago de la naturaleza viviendo en total integración con el medio. Es un gato en libertad. Lleno mis ojos y mis recuerdos con su espectacular imagen llena de serenidad. Él es el gato que soy.

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