Por mucha compañía que como humanos podamos hacerle a nuestro perro o gato (o cualquier otro animal doméstico), no podemos sustituir para ellos la compañía que representa otro animal de su misma especie, al igual que para nosotros un animal no sustituirá, satisfactoriamente, el nivel de compañía que representa otro ser humano.
Yo considero que, de ser posible, tener una pareja de perros o una pareja de gatos, no teniendo por que ser un casar (macho y hembra), resulta beneficioso para el equilibrio psíquico de nuestros animales de compañía, especialmente si debemos dejarlos solos buena parte del día. Pero también opino que, a falta de la posibilidad o de la conveniencia de reunir a dos perros o dos gatos, la convivencia de un perro y un gato puede resultar también adecuado y satisfactorio para ambos animales.
Así como a nosotros no nos gusta vivir en soledad y preferimos la vida en sociedad, con los perros y los gatos domésticos parece suceder lo mismo. Como anécdota de lo que el rechazo de la soledad puede llegar a propiciar, les referiré el caso de un infortunado perro.
Se trata de un animal mestizo de talla media y gran energía, con algo de sangre de pastor de no sé donde y quien sabe cuantas más, a quien llamaron Polly. Pero por no haber nacido ya con los conocimientos y aptitudes que se requieren para un perro destinado a cuidar ovejas, ni mucho menos su dueño con la paciencia para enseñarle, simplemente lo desechó. La persona que lo rescató de un sacrificio que era inminente tiene amor por los animales (mantiene a una docena de gatos en su casa), pero carece de los conocimientos elementales de como entrenar a un perro para que realice la más mínima obediencia básica. En consecuencia: no sabiendo controlarlo se limitó a tenerlo amarrado por aquí y por allá.
El último destino del animal ha sido una pequeña cuadra propiedad de mi madre, que ya no se usa para el ganado, dentro de la cual lo mantiene… amarrado. De vez en cuando le da recreo, “sacándolo de paseo” (como él dice), lo que significa soltarlo por el pueblo, oportunidad que el animal aprovecha para correr a su antojo, desahogándose. No causa problemas ni se mete con ningún otro animal, llevándose bien con los perros de los vecinos, gatos, gallinas o lo que se le atraviese.
Hace cosa de un par de meses faltó un hermoso gatito, cruce con siamés, propiedad del vecino quien tiene su vivienda aledaña a la cuadra. Como el gatito, acostumbrado a convivir con perros, anda a sus aires por los caminos y prados cercanos, sin que nadie le imponga límites, no lo echaron de menos hasta el día siguiente. Dos días más tarde seguía sin aparecer y comenzaron a temer que le hubiera sucedido algo malo o lo hubieran robado.
Al tercer o cuarto día, el cuidador del solitario perro encerrado en la cuadra, mientras le llevaba comida escuchó un suave maullido cerca de los pesebres que servían para el alimento del ganado. Fue cuando notó la presencia del gatito desaparecido. También vio como, en todos los intentos que el felino hacía por llegar hasta la puerta, para salir de la cuadra, el perro se lo impedía; no lo quería dejar salir. La razón fue obvia de inmediato: el perro, en su triste soledad, allí amarrado, para que el gato le hiciera compañía impedía que saliera.
Ahora, cuando sueltan a Polly, lo primero que hace es ir hasta la casa del vecino y buscar al pequeño gato para juguetear unos momentos con él. Le agarró cariño.