Ron, mi gato, mi amigo

La eutanasia animal

Todos los seres tienen un ciclo vital, finalizado el cual hay que decir adios. Eso afecta tanto a humanos como animales. Todo aquel que tenga una mascota,  sea como un animal de compañía,  sea como un amigo o como un miembro de la familia, debe tener esto muy claro.

Entre los felinos y los caninos, hay razas más lóngevas que otras. Entre los perros, suele suceder que las razas más pequeñas vivan bastante más años que las grandes. También los gatos viven más que los perros. Pero existen los imponderables, esas circunstancias fortuitas que acortan la vida de nuestros animalitos amigos, separándonos mucho antes de lo que pensábamos. Cuando esto ocurre, por lo general nos agarra de sorpresa.

Sin embargo, cuando el deceso ocurre por sí mismo no nos afecta en la misma medida que cuando tenemos que… decidirlo nosotros.  Porque practicar la eutanasia levanta tanto revuelo en la opinión pública como en el ámbito de amantes y defensores de los animales.

Verse sometido a tener que tomar la decisión de poner fin a la vida de alguno de nuestros animales amigos es un trago muy pero que muy amargo,  que puede marcarnos por muchos años. En poco lo suaviza la seguridad de que hacerlo significa poner fin a una situación de grave sufrimiento para el animal, ante alguna enfermedad o accidente que no tiene cura veterinaria ni solución alternativa alguna. Yo lo sé muy bien.

Mi amigo Juan Luis Blazquez de Opazo, que ha contribuído con este blog aportando sus anécdotas,  historias y experiencias recogiendo y cuidando gatos, acaba de pasar por este lamentable trance, con la pérdida de su querido gato Ron.  Les dejo la historia que él nos narra.

Un invierno accidentado para el gato

Este fue un invierno en el que mi gato Ron había sufrido toda clase de accidentes. La primera semana de febrero, después de varios días de ausencia apareció con una pata trasera muy inflamada. Pensamos que se la habría roto o hecho una torcedura. Le estuvimos dando anti inflamatorio a ver si mejoraba y, efectivamente, en un par de días le bajo la hinchazón y la pata pareció estar bien. Sin embargo, en apenas una semana, Ron pasó de ser un gato fuerte y travieso a quedarse en los huesos y no tener fuerzas ni para subirse al sofá.

El día lunes 15 de Febrero lo llevamos al veterinario y tras unos análisis nos confirmaron su enfermedad. Ron había contraído la leucemia, a pesar de estar vacunado. Asumimos entonces que la herida causante de la inflamación, fue producida por la mordedura de otro gato, que  fue quien lo contagió.

El panorama que se nos presentaba entonces era desolador. Dado su estado, aunque le hubiésemos puesto en tratamiento no nos aseguraban que pudiera vivir más que unos pocos meses, con una baja calidad de vida. Además, habría tenido que permanecer aislado de los demás gatos, para no contagiarlos, lo que implicaría meterlo en una jaula o confinarlo de alguna manera.

La opción que consideré fue llevármelo a vivir a la nave donde trabajo, lo que implicaría  traerme al gato Tuno para casa. Eso no hubiera sido bueno para Tuno, porque es muy territorial y no era fácil prever como él lo llevaría en un nuevo entorno y, además, con los otros gatos que tenemos.  Ya tuvimos la mala experiencia de la territorialidad felina, cuando nos mudamos de la otra casa para esta y varios de los gatos se escaparon de vuelta a ella.

Sin embargo, llegamos a la conclusión de que lo peor sería para el propio Ron, precisamente, quien, de nuevo, vería cambiado su territorio. Porque acostumbrado a vivir con nosotros, a pesar de sus idas y venidas para la vieja casa,  tendría que estar solo en la nave, precisamente ahora que necesitaría cuidados constantes.

Con este desolador y limitado panorama por delante, mirábamos una y otra vez aquel saquito de huesos en que se había convertido nuestro querido gato Ron, y que iba a peor.  Después de considerar con el veterinario todos los pros y contras, solo nos quedaba una opción. Deborah y yo tomamos la amarga decisión que no deseamos que nadie tenga que considerar nunca.

Yo me abracé a Ron y lo estuve acariciando hasta que, con un leve ronroneo, la inyección hizo su efecto y  le entró un cálido sopor que le hizo dejar atrás sus sufrimientos, y que a nosotros nos hizo dejar atrás, para siempre, a un amigo; no a un gato, sino a un gran amigo.

A modo de homenaje contare su breve historia:

El gato Ron, el recuerdo de un encuentro para toda la vida

Hace aproximadamente un año y medio, temprano en la mañana escuché llorar a un gato debajo de un coche, frente al taller donde trabajo. Alcancé a ver un par de gatos pequeños, aproximadamente de la misma edad, por lo que supuse que eran hermanos.

Yo sabía muy bien que en ese polígono industrial, con tránsito constante de vehículos, no durarían mucho ninguno de los dos, por lo que intenté cogerlos.  Me costó trabajo, pero conseguí atrapar a uno. El otro salió corriendo y no lo pude alcanzar. Se refugió en una nave cercana y, por suerte, se quedo a vivir allí, donde a veces lo veía a él y a sus otros hermanos. Los de la nave los acogieron y pusieron unos cacharros para el agua y el  pienso. No es lo mismo que vivir en una casa con una familia, pero al menos los cuidan.

Al único que pude coger lo metí en el coche, junto con una lata con agua. Cuando salí a desayunar hacia las 10 de la mañana, fui a comprarle comida y estuve dentro del coche con el gato un rato largo. A medio día, en vez de irme a comer repetí la operación y estuve con él en el coche. Pronto nos hicimos amigos y acabamos echándonos la siesta como si nos conociésemos de toda la vida.

Al llegar a casa  en la tarde nos dimos cuenta de cuan especial que era ese gato. A parte de increíblemente cariñoso tenia una peculiaridad: no paraba de llorar reclamando atención. Bastaba con ponerle un dedo en el lomo para que sus llantos se tornasen en ronroneo, de ahí que le pusiéramos por nombre “Ron Llorón».

Ron creció feliz en nuestra casa de Chapinería, en Madrid. Ademas se crió con otros gatos que teníamos en acogida para dar en adopción. Cada vez que venía alguien a por uno, casi invariablemente elegían a Ron, pero no, a él no podíamos dejar que se lo llevaran, porque ya era parte de la familia.
Yo podría contar muchísimas cosas más de él, pero siempre me viene a la cabeza que, cuando yo me sentaba en el sofá, él rápido venia a ver la tele conmigo o a echarse la siesta encima de mí. Por las mañanas se subía en la cama y se asomaba curioso entre las sabanas, a ver si yo estaba allí. Cuando me veía la cara me saludaba y mordía la punta de la nariz, como diciendo: «venga, perezoso, que me aburro».

También recuerdo las veces que he estado sentado al ordenador y a el le daba por pasearse por el teclado, obligándome a volver a escribir todo otra vez, o simplemente se tumbaba sobre la torre del CPU a observar lo que yo hacia.

Otras veces actuaba como defensor de la entonces pequeña gata Vesta, cuando Sonia o Isidoro la amedrentaban. Ron salia corriendo en su defensa; no le tenia miedo a ningún gato…excepto al «gato negro». Este era un gato que iba por allí casi todas las noches y traía a Ron por la calle de la amargura. Tanto miedo lo tenia que siempre acababa subido a la copa de alguno de los pinos que había en el terreno. Las primeras veces me veíais a mí con la escalera puesta sobre unos taburetes, extendiendo unos maderos lo mas posible para que hiciesen de rampa y bajase. Pero no lo hacía, le daba miedo la altura y no se movía. Pasadas varias horas, yo desistía, suponiendo que, antes o después, bajaría él solo. Yo entraba a casa y Ron me llamaba desde el árbol,  y vuelta a empezar; hasta que, al fin, aprendió a bajarse solo.

Recuerdo también alguna mañana que yo salia al porche y, al no verlo, lo llamaba y él me contestaba en la lejanía. Yo le seguía llamando y él, a la vez que se iba acercando, me volvía a contestar. Era un intercambio entre él y yo. Yo lo llamaba: “Roon” y él respondía: “Maau”. Y otra vez: -Roon…Maauu. – Roon…Maauu. Echaré mucho de menos esto, porque no he visto ningún gato que me conteste a distancia para indicarme que esta bien y que ya viene.

En ocasiones era él quien me llamaba y yo me asomaba a contestarle. Entonces él respondía con más fuerza, por lo que yo ya sabia que estaba en apuros, por lo que salia a buscarle. Me iba por la calle llamándolo fuerte, y él me iba guiando con sus maullidos. Normalmente el apuro consistía en que se había subido en algún árbol o tejado y no sabia como bajarse.

Parece mentira que no hace ni diez días que estaba conmigo.  Cuando yo llegaba de trabajar  lo pasaba buscando por «la casa vieja» donde vivíamos antes,  y a la que él, por eso del sentido de territorialidad de los gatos,  se había apegado y solía regresar a ella casi todas las mañanas, pasando el des en sus alrededores, hasta que yo lo recogía en el coche por la tarde.

En estos últimos meses Ron había batido el récord de accidentes: Primero alguna herida por peleas, luego recibió un perdigonazo. ¿Habéis visto o sabido de algún animal que se deje extraer un perdigón y hacerle las curas sin anestesiarlo y sin protestar? Pues ese era mi Ron.  Después apareció con varias heridas profundas en el cuello, luego se quemo una pata con la vitrocerámica de la cocina; más tarde  se hizo un corte en esa misma pata, a la semana siguiente apareció con un ojo hinchadísino y un corte en el parpado. La ultima de todas, ya la sabéis.

Ron no ha batido el récord solo en «averias» sino también lo ha batido  en acercar aun más la raza humana a la raza felina. Porque Ron no solo era un gato, era uno de mis mejores amigos.

Te quiero, Ron.

Debo reconocer que el tener a los demás gatos me está siendo de  una gran ayuda para irme recuperando por esta pérdida. Pero ya sabéis que tus animales de compañía son como las personas, cada uno tiene  su propia e insustituible personalidad; unos son entrañables; otros,  realmente especiales e inolvidables, como lo es Ron.

Como curiosidad os diré que Ron dejo dos hijos: la Lilo (atigrada) y Bico (de ojos bicolor, en la foto de arriba).  Al igual que sé de otras personas que lo hacen, yo hablo con ellos como si fuesen personas, y tras explicarles lo de la enfermedad de su padre Lilo pasa más tiempo conmigo y parece querer más mimos que antes. ¿Sera casualidad?

Juan Luis.

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