El día 07 de diciembre de 1997, para nuestro júbilo, nuestra perra llamada Chica, una boxer de dos años, en un rápido parto natural traía al mundo 4 cachorritos, uno de los cuales no logró sobrevivir. El dueño del padrote se quedó con el macho y nosotros con las dos hembras. Les pusimos los nombres de Montserrat (la seria, fuerte y dominante) y Penélope (alegre, vivaracha y vocalizadora). Montse (como terminamos llamando a la primera) se convertiría en mi agradable sombra. Ella y yo éramos como uno solo.
La Chica se salvó de milagrito, pues en las semanas siguientes se vio muy mal, al no asimilar el hierro. Se lo pasaba a las hijas en la leche, mientras ella se deprimía cada día más, alcanzando una fuerte anemia que se complicó con otras cosas. Pero afortunadamente sobrevivió, y estuvo con nosotros hasta principios del año pasado. Una larga enfermedad puso fin a nuestra felicidad familiar, muriendo cuando tenía 10 años, dejándonos llenos de dolor.
El pasado año, también, un viento imprevisto se llevó a nuestro gato Mínimo sin que hubiera cumplido el año de vida. Fue el 4 de junio (como aciago regalo de cumpleaños para mi esposa). Fue cruelmente envenenado. En memoria de su corta pero maravillosa existencia, escribí la narrativa titulada Mucho más que un gato. A él se debe la existencia de mis blogs.
Definitivamente, el 2005 no fue un año nada bueno para mi familia, con estas dos pérdidas, sin contar otra humana.
Ayer 07 de octubre de 2006, cercana a cumplir los nueve años, Montserrat nos dejó para siempre, después de casi tres semanas de hospitalización en una clínica veterinaria. Su hermana Penélope, que nunca en esos años estuvo separada de ella, se nota resentida por la ausencia. Yo trato de llenársela como puedo.
No intentaré otra vez describir lo que alguien que ama profundamente a un animal puede llegar a sentir. Porque quien tiene ese mismo amor y pasión no necesita ninguna explicación, y para quien no conoce esos maravillosos sentimientos, ninguna explicación es suficientemente descriptiva ni convincente.
Una compañero a quien se le murió su perrito Dogui hace unos meses, me decía que cuando llegaba al trabajo con los ojos hinchados de tanto llorar, le dolía la insensibilidad de las personas que le decían:
Pero mujer, ¿te vas a poner así solamente por un perro?
Su hijo mayor no salió de su casa en tres semanas. El joven alegaba que no era por salir, era por el dolor de tener que regresar y no ser recibido por los saltos, los ladridos y las lengüetadas de su perro, que manifestaba así su alegría por el regreso.
Yo nuevamente estoy de luto. Otra vez el dolor me rodea. Pero mis recuerdos están llenos de tantos momentos felices con mi Montse, y mis ojos contemplan tan vívidamente aún las escenas que ella protagonizaba, que eso me ayuda y fortalece.
Además, la muerte de mi gato Mínimo, me enseñó que uno no debe «echarse a morir» por la pérdida de un ser querido, sino que, por el contrario, debe volcarse más en aquellos que quedan, repartiendo en ellos todo el amor que le quedó sobrante del que se fue.