Nuestra gatita siamesa Aiko, para quien el veterinario no tenía más que alabanzas debido a su buen comportamiento, ha cambiado radicalmente. Cuando la llevé hace semanas, no quería ni salir de su transportín. Nada más ver el estetoscopio se puso tan arisca que fue imposible que el veterinario se le acercara. Así que decidimos omitir el examen y ponerle la vacuna que le faltaba. Yo la tenía en brazos, y cuando el hombre se acercó con la inyectadora (jeringuilla) en la mano, ella volvió a sacar a relucir su carácter de gato siamés. ¡Hasta tuvo la osadía de esgrimirme frente a la cara una de sus zarpitas con las uñas afuera, amenazadoramente, mientras bufaba y enseñaba los dientes! Fue como si me estuviera diciendo: «No sigas o te doy un zarpazo».
Como forzar el asunto era exponerse a que el veterinario o yo saliéramos lastimados, decidimos dejar el asunto hasta allí, por el momento. Por supuesto que hay forma de agarrar a un gato y evitar ser mordido o arañado, pero yo la considero demasiado agresiva para el animal, por lo que, en lo personal, sólo la justifico en casos de necesidad extrema. Además, haber continuado con nuestro intento, hubiera sido reforzar las condiciones que a Aiko le hacían mostrar el rechazo, lo que hubiera sido peor.
Ante aquel comportamiento, atípico en ella, suponemos que, la vez que la dejamos en el Centro de Acogida de Animales para que le hicieran la obligatoria operación de esterilización, no debió de pasarla bien. De hecho estuvo bastante adolorida durante unos días, como ya referí en otro post anterior. Así que yo comencé una etapa de «manejo» de la situación, para tratar de revertir los hechos.
Era claro que su transportín (kennel) rígido ya lo tenía asociado con viajes al veterinario, pues fue lo único para lo que se utilizó. Por ello, decidí comprarle otro, algo más pequeño y de lona. Para que no lo asociara también con salidas veterinarias, lo utilicé para sacarla de paseo, cosa que le fascina. Un par de semanas más tarde intentamos de nuevo la ida al veterinario. La llevé en su transportín de paseo, con el que está encantada. En cuanto ve que lo agarro se mete dentro. Solamente le falta venir con su correa en la boca.
En la sala de la clínica veterinaria no hubieron síntomas anormales en su comportamiento. La pasamos al consultorio, esta vez con la veterinaria, para ver si no asociaba al doctor. La saqué del transportín, con una leve reticencia de su parte, y la cargué. Todo fue bien hasta que vio la inyectadora con el líquido rosa. Nuevamente se puso arisca, y volvimos a abortar el procedimiento. Nuevamente a comenzar.
Ya han pasado varias semanas, en las que, como nuevo juguete, tienen una inyectadora plástica, igual a la que utilizan para las vacunas. Si cuando yo trate de llevarla otra vez, volvemos a obtener el mismo rechazo, creo que el siguiente paso será probar en otro consultorio veterinario, para ver si la asociación desagradable que tiene es con el primero. Ya les contaré.