Yo estaba sentado en un banco del Parque Juan Carlos Primero, en Madrid, cuando los observé venir. Caminaban con esa tranquilidad que da la edad y la disponibilidad del tiempo. Era evidente que, para ellos dos, llegar sitio alguno no tenía importancia. No me pude resistir y les tomé unas fotos.
La tarea de llevar y traer a los niños del colegio, en España pareciera que recae mayoritariamente en los abuelos. Otros, como el Sr. Carlos Corzo, ya jubilado, se encarga de sacar a Lucas, el perro de su hija. Pero no se limita solamente a bajarlo para que haga sus necesidades, sino que le da un largo paseo por el parque. Aprovecha para hacer ejercicio él mismo, pues si hay algo saludable y gratuito es una buena caminata. Al humano y al perro les gusta ese parque, y les sobran motivos.
A diferencia de las boscosas áreas del Parque del Buen Retiro, el Juan Carlos Primero no es tan abundante en árboles frondosos de gran tamaño, siendo más bien abierto y soleado que umbrío. Pero dos buenos amigos, canino y humano, al igual que estos dos de la foto entre los olivares, y como tantos otros hacen, pueden pasear y disfrutar de la mutua compañía y de la naturaleza en medio de la ciudad.
Senderos para elegir, sobran; lugares a donde ir en el parque, también; bancos en donde reposar y leer el periódico, mientras el otro corretea a sus anchas, los hay por demás.
Lucas es todo un experto en beber el agua directamente del grifo. El abuelo, siempre atento a sus necesidades, encuentra facilidad de dársela en cualquiera de los muchos bebederos que están dispuestos por todo el parque, para refrescar las gargantas resecas.
Y como ellos bien lo saben, una descansadita a la sombra, de tanto en tanto, viene muy bien, sobre todos si el calor aprieta y ya hemos caminado un buen rato.
Yo no se si el Sr. Corzo pasea el perro de su hija porque no tiene nietos, pero puestos a elegir, yo prefiero pasear a mi perro o a mi gato, que encargarme de niños. Me dan muchos menos problemas.
Después de conversar gratamente por un rato, Lucas y el abuelo siguieron su camino, y yo mi ronda fotográfica, mientras esperaba que mi hijo y esposa terminaran su tiempo de pasear bicicleta. Esa noche, por correo electrónico, le envié al Sr. Corzo copia de las fotos que les tomé, como acostumbro a hacer siempre que me resulta posible. Porque tomar una buena foto me resulta grato, pero compartirla con los protagonistas es aún más placentero.