El gato ciego

gato mirando en la puerta

Este post nace también de un comentario dejado el 12 de Junio, en mi narrativa Mucho Más que un Gato. Soledad nos habla sobre la forma en que llegó a quedarse con un gato, que estaba muy necesitado de cariño y de atenciones especiales. Lamentablemente no me ha enviado ninguna foto, a pesar de habérselas solicitado, así que coloco de portada una foto de las mías, de una cría de gato montés. Soledad cuenta lo siguiente:

¿Que le puedo decir? Al principio me reí, y al final me la llore toda; el Mínimo era muy especial, pero, sobre todo, lo fueron sus dueños. A mi me encantan los animalitos. En la actualidad tengo tres gatos: la mamá, que se llama Pequeña; su hijo que se llama Cochito, y el último miembro de la familia, al que llamamos Guagui. Este es mi gatito regalón, del que quiero hablarles.

Mi niño Guagui es muy especial, no solo porque llego a mi cuando yo no quería saber nada de animales, sino por otras cosas que ya verán. Y digo que no quería saber nada más de animales, porque hacía poco que se había muerto mi perra regalona, mi querida Marie Clarie, mi niña a la que ame mucho. Yo había llegado al punto en que no quería saber nada de animales, nada. Aún llevaba un gran dolor en mi corazón.

Pero un día fui a la casa de mi hermana y allí estaba el muy pequeñito. Para más, encima, estaba enfermo. Tenia sus ojitos infectados, tanto, que le sobresalían sobre manera. Mirarlo era verle dos protuberancias en el lugar de los ojos. Yo no lo quise ver más, porque supe que podría conquistarme. Mi hermana me insistió reiteradamente, para que lo viera, y yo le dije que no. Pero el gatito como que presentía algo en mi. Por más que yo no quería mirarlo él me seguía. Era muy pequeñito y no podía ver nada, absolutamente nada. Estaba cieguito.

Tanto fue lo que mi hermana insistió que, finalmente, cedí y lo miré de nuevo, esta vez con más detenimiento. Sentí un dolor muy grande dentro de mí, al ver que el gatito, prácticamente, no tenía ojos, tan solo dos protuberancias color café, debido a la infección y la suciedad. No pude aguantarme. Le pregunté a mi hermana por qué no lo había llevado al veterinario, y me dijo que no había tenido tiempo. Me contó que lo había encontrado en la calle, un día que iba con su hijito. El animalito estaba en medio de la «huella». Menos mal que no pasaba ningún vehículo en ese momento. Mi sobrinito, quien tan solo tiene tres años, fue quien logró sacarlo de allí antes de que lo atropellaran.

Al escuchar que mi hermana alegaba que no había tenido tiempo para llevarlo al veterinario, yo le dije que me diera la plata, que yo lo llevaba. Yo misma lo hubiera pagado, pero no tenía con qué en ese momento. El veterinario, tras examinarlo me dio dos alternativas: o lo sacrificaba o lo dejaba vivir. Pero, en este segundo caso, ―dijo― yo tendría que ser poco menos que sus ojos, porque el animal había quedado ciego a causa de la infección.

Yo no podía tomar la decisión de quitarle la vida. ¡No podía de ninguna manera! Así que le dije que yo lo iba a cuidar. Me dio unas gotas que tenía que colocarle todos los días, hasta que cayeran las bolitas que tenía en sus ojos. Así lo hice, y poco a poco se le fueron limpiando, hasta ya no tener nada pegado en sus ojitos y desaparecerle la inflamación tan espantosa; pero estaba ciego, y eso no tenía solución. Tuve que llevármelo a mi casa, para asegurarme de que estuviera bien y que se le daría el tratamiento. Y así fue que mi Guagui se quedo en casa.

Es un gran travieso. Se arranca al techo a buscar minas. Se hizo un experto en subir, pero luego, como no ve, no podía bajar y me llamaba con sus maullidos angustiados. Cuando yo subía se me agarraba, y yo lo abrazaba y le hacia cariños. El bandidito pronto aprendió que cada vez que me llamara yo acudiría. Ahora yo lo llamo y el viene corriendo, siguiendo el sonido de mi voz, porque sabe que es su «mami» quien lo llama.

Afortunadamente tengo buenos vecinos y saben que él es ciego, y velan por él. Cada vez que llego del trabajo lo hago preguntado por él. Mi mamá siempre me dice que anda por ahí, o que está maullando, esperándome para que lo baje del techo.

Cierto día llegué a la casa. Mi mamá había notado que el gato estaba en el techo, pero no maullaba. Yo subí a buscarlo y nada, no lo encontré donde solía estar. Caminé por todo el techo y nada. Salí a buscarlo afuera y tampoco aparecía. Muchos pensamientos alocados pasaron por mi cabeza ―que si se habrá caído y los perros lo atacaron, que si salio a la calle y se perdió, o si lo atropellaron; o que, a lo peor, se habría enterrado algo.― Pensé muchas cosas angustiosas, pero seguí buscándolo.

Di vuelta a la casa por otros lados, miré por otras casas; camine y camine y gritaba su nombre, hasta que escuché sus inolvidables maullidos. Sonaban como si el gato estuviera aterrado. La mezcla de angustia y de alivio que sentí fue enorme. Cuando logré verlo me volvió el alma al cuerpo. Esta aferrado a una reja de poca altura, pero para él, que no podía ver, le parecía estar en un lugar muy alto. Cuando escucho mi voz, mi Guagui maulló más fuerte, respondiendo. Lo agarré y se aferro a mi, desesperado, como nunca antes, como si quisiera decirme: ¡nunca más mami, nunca más me alejaré!

Yo lo mantenía abrazado, y el también, casi incrustándome sus garras. Pero yo no las sentía en ese momento, de lo feliz que estaba por haberlo encontrado. Ahora, con el tiempo, ya ha aprendido a bajarse solito. Aunque también aprendió que, cuando esta en el techo, debe llamarme, más que nada porque sabe que me conquista con su llamado, y yo voy y lo bajo, y él me ronronea mientras yo lo abrazo y lo tengo un instante, como cuando era un bebé.

Ahora tiene problemas para orinar, debido a la formación de cálculos, y tengo que comprarle una comida especial. Varias veces he tenido que llevarlo al veterinario para que lo sondeen. Pensar que estuve a punto de dejarlo morir, porque yo no tenia el dinero para comprarle ese alimento especial, que es muy costoso, y algunas veces yo me demoraba una semana y el se tapaba y sufría. Yo sufría junto con el, más aún, al saber que él sufría por mi culpa. Pero, como pude, logré pagar el veterinario y lo sondearon otra vez, y se alivió. Y me alcanzó la plata para comprarle dos saquitos de su alimento especial, y ha estado muy bien.

Como en mi caso, yo se bien que hay muchas otras familias en donde un animalito nos ha conquistado y tomado parte de nuestro corazón. Mi Guaguita es mi regalón, y sigue conmigo. Unas veces duerme a los pies de mi cama, y otras dentro. Se estira al igual que un niño, como diciendo: este es mi lado de la cama.

Dejo este texto para todos aquellos que cuidan y aman la creación del Señor.

El justo atiende á la vida de su bestia: Mas las entrañas de los impíos son crueles.
Proverbios 12:10.

Fin de la cita.

Hace unos días, encontré la página web de un centro español de rescate y acogida de animales, en Valencia. Es la Sociedad Valenciana Protectora de Animales y Plantas (SVPAP). Pero lo que me llamó la atención fue que, en su sección de adopciones urgentes, suelen tener perros y gatos con problemas tales como alguna pata amputada, pérdida de algún ojo, e incluso había uno con leucemia y no debía convivir con otros gatos. Y todos ellos suelen terminar, gracias a Dios, en algún hogar que los quieren. La pregunta que hacían con una linda gatita a la que le faltaba una pata trasera era: ¿Si a ella no le importa, por qué te tiene que importar a ti? Y muy cierto es.


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