Morir de hambre

perro desnutridoHace bastante tiempo que, si no llevo prisa, me detengo a observar los perros que deambulan por las calles, particularmente aquellos desnutridos. Intento meterme en sus pensamientos, percibir sus sentimientos, comprenderlos un poco a través de su comportamiento. Pero tengo que tener las emociones bien equilibradas ese día, porque llega un momento en que parece que lo logro.

Las ciudades pueden ser un lugar muy inhóspito para esos animales sin hogar. Si han nacido en las calles y sobrevivido la etapa de cachorros, pueden defenderse mejor. Pero si han crecido en un hogar y luego fueron abandonados, por lo general no tienen las habilidades necesarias para enfrentar ese medio tan duro y competido.

Por otro lado, para los perros callejeros hay muchos peligros y enfermedades rondando: parásitos externos como las garrapatas, y la omnipresente sarna que termina dejándolos en carne viva; las enfermedades gastro-intestinales, por beber aguas contaminadas y negras; magulladuras, cortadas y heridas por peleas; fracturas por arrollamientos de autos y motos. Pero, sobre todo, la falta de alimento que los lleva a la desnutrición. Esto se hace más evidente en las hembras que quedan preñadas y tienen que amamantar luego a sus cachorros. Sus necesidades alimenticias en esa etapa son superiores, pero la cantidad de alimento es la misma. Cuando una hembra que amamanta muere, sus cachorros morirán también, por inanición.

Observando algunos grupos que se forman, de perros sanos, se hace evidente como revive el ancestral comportamiento de jauría, con sus jerarquías sociales. El perro líder, el más fuerte, come primero, seguido de los demás. Los perros débiles lo hacen de últimos, si sobra algo.

Para los perros solitarios, encontrar comida significa tomarla, escapar con ella sin que otros lo vean, y encontrar un lugar en donde comerla sin que se la disputen. O si no ven a ningún otro cerca, tragársela lo más rápido que puedan.

A un animal enfermo y ya débil, le resulta muy difícil competir con los otros. Por eso entra en el terrible círculo vicioso del hambre y la debilidad. Cada vez tendrá menos que comer, con lo que cada vez estará más decaído, e incapaz de defender lo poco que logre encontrar. En unos pocas semanas será un montón de huesos y pellejo, moviéndose lentamente, tratando de ahorrar energías. Pasará como una sombra por los rincones más oscuros, intentando no ser visto. Un animal en esas condiciones de desnutrición, es presa fácil del depredador urbano más mortífero y despiadado: el automóvil. El enfermo o débil es arrollado con facilidad.

Si ha logrado sobrevivir al tráfico, finalmente, casi sin fuerzas, encontrará un lugar tranquilo y solitario en donde echarse, y del que ya no se volverá a levantar. Habrá muerto de inanición.

Sin embargo no es la peor muerte que le puede suceder. Porque, pasados los primeros días de carestía, el hambre deja de sentirse como un malestar físico. Solamente queda la debilidad, la dejadez y la apatía. El organismo ha consumido toda la grasa, y luego ha seguido con los nervios y demás tejidos, tratando de obtener la última gota de energía, para mantener vivo al cerebro y funcionando el corazón. En esas condiciones resulta difícil pensar, no hay claridad ni orden alguno en las ideas. La muerte por inanición llega lenta, pero mansamente, sin darse cuenta, como la muerte por hipotermia. En un instante, el enorme cansancio hace cerrar los ojos; tan sólo se desea dormir por un momento… que se convierte en eternidad.

Si miras a los ojos de un animal en esas condiciones no verás angustia. ¿Es tan solo simple tristeza lo que reflejan sus ojos? ¿Es resignación? Quizás sea el conformismo, la aceptación del hecho de que sabe que va a morir. Pero no hay desesperación de ningún tipo. Yo les veo una enorme y profunda tristeza. ¿Será por sentirse abandonado y solo, en ese trance? Pero esa tristeza, a mi me resulta opresiva y angustiosa.

Hace días observé una media docena de pequeños perros callejeros, reunidos con afán en torno de algo. Cada uno corrió para su lado con algo en la boca, que me parecieron vísceras. Era cerca del mercado municipal, y ya finalizando la tarde, por lo que pensé que habían encontrado algunos trozos de carne abandonada. Tardé un par de minutos en darme cuenta de lo que realmente sucedía. Aquellos canes daban cuenta de los restos, aún tibios, de uno de sus colegas que había muerto de inanición al borde de la calle. Los perros se disputaban sus entrañas, pues el resto era cuero y huesos. Este post ha sido producto de los pensamientos que me han rondado desde entonces, haciéndome ver mi incapacidad para solucionar nada de eso.

No es razonable hacer una comparación entre los mendigos humanos y los animales. Pero intentando un cierto paralelismo, los animales vagabundos y abandonados por sus dueños, no pueden ponerse en ninguna estación de Metro a tocar la flauta, ni tampoco colocarse en una esquina para mendigar una limosna. Tampoco podrán hacer filas frente a las tiendas del Ejército de Salvación, para recibir una ración de comida caliente, mucho menos entrar en algún comedor popular y gratuito. Tampoco pueden lograr un catre en los albergues, ni acudir a un centro sanitario o de la Cruz Roja para que les cosan una herida, reduzcan la fractura de la pata aplastada por un automóvil, extraigan la espina infectada, ni que les den una pastilla para combatir la enfermedad del momento. Esos animales que hemos domesticado para nuestro propio beneficio, dependen totalmente de nosotros, los animales racionales, los seres humanos. Pero a diferencia del mendigo humano, que si molesta con sus súplicas puede recibir unas palabras airadas, el animal recibirá, seguramente, un puntapié, que quizás aumente sus aflicciones.

Y por si se lo están preguntando, les diré que si. Yo estoy al tanto de las cifras sobre todas las personas que mueren de hambre, cada día, en todo el mundo. Pero de eso me ocupo en mi otro blog. Este es sobre mis amigo, los animales.

Créditos: La fotografía que coloco la tomé de la página web de la asociación civil sin fines de lucro Animales sin hogar, de Montevideo, Uruguay. Salió en su artículo: ¿Y ese perrito de la publicidad? Entiendo perfectamente que no es grato ver a ese pobre animal en esas condiciones. Pero, perros en ese estado, o cercano, se ven por cualquier parte, y yo no soy de los que voltean la cabeza para otro lado. Soy de los que, cuando dan la limosna al indigente, lo miran a los ojos y no temen al roce de su mano. Y soy de los que miran a los ojos de los animales, sabiendo ellos que no los reto. Los invito a que visiten y lean el artículo referido, porque ese perro de la foto, gracias a Dios y al cariño humano, no llegó a morir de inanición, pues fue rescatado a tiempo y recuperado.

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