Lo primero que te encontrarás cuando revisas un libro que hable sobre razas de gatos, es que los hay que no se llevan nada bien con otros de su especie, por lo que suelen ser aconsejables para quien quiera tener uno solo, pero no para quien tenga varios ya, a menos que quiera meterse a domador.
Claro, como todo, esa generalización, aún para una raza específica, no es un dogma de fe. Está harto comprobado que algunos de esos gatos pueden terminar conviviendo con otros, si acaso no adorando a sus congéneres, al menos sí tolerándolos lo suficiente como para realizar vida social.
Por otra parte, cuando te encuentras un gato abandonado y decides rescatarlo y adoptarlo, no es esa una de las cosas en que te paras a pensar, tampoco es algo que puedas evaluar de un solo vistazo.
Una de las tantísimas leyes atribuídas a Mr. Murphy (a pesar de que él dio tan solo una), es aquella que dice que si algo pude llegar a suceder, sucedrá. En efecto, lo otro que aprendemos cuando tenemos al menos un gato es que cualquier imposible puede darse con ellos. ¿Conoces esos frascos con tapa a prueba de niños, que cualquier niño abre con más facilidad que yo? Pues ese lugar tan elevado, tapado, seguro e inaccesible, a prueba de todo, no lo es a prueba de gatos… ni de mapaches. Así que, si quieres evitar que un gato caiga en un bidón de aceite, estate seguro de que lo tienes tapado a prueba de gatos. Dejarlo sin tapa es un invitación permanente a cosas como estas, en la nueva historia que nos trae mi amigo Juan Luis Blázquez de Opazo.
El encuentro
Mi gato Mimo es el gato de taller. Lo tengo desde que desaparecido mi inolvidable gato Tuno, incomparable aprendiz de mecánico, aunque no lo está sustituyendo. (Porque cada animal es especial y ningún otro lo sustituye). Pero quizás sea cierto que el destino lo puso en el sitio adecuado y en el momento justo para que, en cierto modo, rellenase el hueco que Tuno dejo en mi taller y en mi vida.
Nuestro primer encuentro tuvo lugar en el mes de Noviembre de 2010, de camino a la nave. Al cruzar el pueblo de Pelayos de La Presa repare en un gato blanco con manchas grisáceas, que deambulaba por la parada de autobús. Aminore la marcha, por si cruzaba, y pude observar cómo se acercaba adulador a la gente que esperaba paciente a que pasase su transporte. Noté que nadie le hacia caso, excepto, quizás, alguna persona caritativa que le ofrecía un trozo de bocadillo o similar. No pensé más en aquello y seguí mi camino.
Al día siguiente, la historia se repitió exacta que el día anterior y yo también repetí, de nuevo, siguiendo mi camino. Pero esta vez lo hice con ese pequeño cargo de conciencia que te dice: «al final lo atropellara un coche».
Al tercer día el gato ya no estaba en la parada. Tremendo disgusto que agarré. «Ya le ha pasado algo» -pensé yo-. Sin embargo lo único que le pasó es que estaba en la parada del autobús, pero la del otro lado de la carretera.
Claro, en esta tesitura es muy malo tener adoración por los gatos, tiempo para poder parar un momento y sitio para hacer un cambio de sentido. Así que tras acercarme a él y entablar un primer contacto, el gato se me puso panza arriba para ganarse mi simpatía (nada mas fácil, parece que me conociesen), y se puede decir que ese fue su día de suerte, o quizás el mío…
Enseguida se adapto a vivir en la nave donde tengo el taller mecánico. Es muy cariñoso, a veces se va de excursión por las calles colindantes, pero suele volver enseguida, y sino, yo voy a buscarlo. Cuando oye mi voz me maula para que yo sepa en dónde se encuentra. La verdad es que ha resultado un buen gato, como casi todos, y me hace mucha compañía los días en que estoy yo solo trabajando.
El cambio de carácter
El contrapunto viene cuando hay que acudir al veterinario con Mino, y no es porque se porte mal o de problemas, en absoluto. Porque a pesar de ser callejero y adulto se porta extraordinariamente bien. Lo que ocurre es que, al salir de la consulta, en lugar de dejarlo en el taller me lo suelo llevar a casa, a fin de poder darle el tratamiento durante los días que me manden y curarle las heridas que se suele hacer, normalmente por peleas con otros gatos (es un poco macarra). Y como en casa tengo otro montón de gatos, ahí es cuando viene el problema. A diferencia del pacífico gato que es estando en el taller, al llegar a la casa se transforma en un gato casi satánico y malvado, que no suele dejar que nadie se le acerque, excepto yo y, aun así, a veces ni a mí me deja.
La ultima vez que lo traje a casa, hará ya un mes, lo tuve varios días en la habitación. Pero, en una de esas, se escapo (no sabemos como), y se bajó al jardín, se peleó con todos los demás gatos y cuando yo lo cogí me hizo un tremendo corte en la mano derecha, que dejo al descubierto los tendones y me tuvieron que llevar a urgencias, donde me cogieron puntos.
A día de hoy mi mano ya esta bien, pero desde entonces decidí dejarlo abajo, suponiendo que tras varios días dejaría de pelearse con los demás y se adaptaría a vivir aquí. Cerca de un mes después, y a punto de volver a llevármelo a la nave varias veces, las riñas gatunas a su costa han cesado casi por completo (mis buenos arañazos me ha costado), y Mino convive bien con los demás… o casi. Porque el suceso con final incierto comenzó la noche del domingo pasado.
El misterio del aceite negro
Después de un intenso día, el domingo 22 de mayo, que fue jornada en toda España de elecciones municipales y autonómicas, Deborah y yo estuvimos todo el día en Chapinería, muy pendientes de la evolución de los votos, y volvimos a casa tarde, sobre las doce de la noche. Al llegar a casa, lo primero que vi por todas partes fueron unas misteriosas manchas negras, de aceite viejo de motor. Y digo misteriosas, no por que yo no supiese de que eran, sino por que no acababa de entender que hacían por todas partes. Estaban desde la puerta de la parcela hasta la puerta de la vivienda, por los muros, en la tierra, en las mesas y sillas de jardín, sobre mi viejo auto Chevy, sobre algunos cojines, sobre la ropa tendida… en fin. ¿Pero qué leches ha pasado aquí?
Completamente desconcertados subimos las escaleras hacia casa y vemos más manchas aun y… un gato completamente negro y pringoso que ni siquiera acertaba a identificar.
Nadando en aceite usado de automóvil
Por fin logré identificar de qué gato se trataba: era Mimo. Entonces resolví el acertijo: el gato se había caído en un enorme bidón de aceite usado de automóvil, que yo tenía en la parcela de atrás. Al venir para la casa, el gato lo había pringado todo a su paso.
El caso es que el pobre estaba realmente mal. Intentamos lavarle el cuerpo con champú de gatos, pero tan solo conseguimos dejar el baño llenito de aceite y gastar el jabón. Después probamos con la manguera del garaje y un barreño (que quedo para tirar). Pero nada. Entonces se me ocurrió cavar un agujero en la tierra y y meter al gato en él, a modo de bañera, para «bañarlo» con tierra, a ver si se quedaba pegada al aceite como si fuese serrín. De verdad que el pobre Mimo estaba hecho una pena y lo estaba pasando mal. Aparte, no sabíamos si él habría tragado aceite también. Seguramente lo hizo, sobre todo al intentar limpiarse lamiéndose, con lo que, probablemente, estaría envenenándose más a cada momento que pasaba.
Después del baño de arena y aun sin quitársela, le dejamos un momento metido dentro de un transportín, para que la arena absorbiese el aceite. Mientras tanto tratábamos de averiguar por Internet la forma de resolver la papeleta, especialmente preocupados por la posible intoxicación. Lo único que encontramos era que, en casos genéricos de intoxicación, convendría hacerlo vomitar dándole leche o agua con sal. (En algunos casos es contraproducente, sobre todo si se han ingerido productos muy cáusticos)
Después de unos larguísimos minutos, especialmente para el gato, lo subimos a la cocina, desalojamos todo para tener libres las dos pilas y sus alrededores, preparamos ambas con agua templada y jabón de gato. Le fuimos dando infinidad de enjabonados y pasándolo de una pila a otra para ir tirando el agua sucia en una (negra, autentico petroleo), y rellenando de agua limpia otra.
En un principio empezamos con champú de gato, pero la suciedad era tal y tan pastosa (exacta a los animales rescatados de las playas gallegas cuando el chapapote) que el champú no hacia nada, así que recurrimos al Fairy que hacia algo mas que el champú, pero tampoco servia. Ya desesperados, probamos a sacarle del agua y a limpiarle en seco retirando los pegotes aceitosos con papel de cocina…igualmente poco eficaz.
Entonces a Deborah se le ocurrió intentarlo con el detergente que usa para mi ropa del taller: «kalia». Pareció empezar a dar resultados. Sobre las tres de la mañana, y en vista de que no podríamos llegar a limpiarlo del todo, nos dimos por vencidos. Mimo quedo sucísimo, de un color gris oscuro, incluida su carita blanca, y algo aceitoso, pero al menos ya se le veía bastante el pelo y no chorreaba como un trapo.
Al día siguiente, y con la preocupación del posible envenenamiento, lo llevamos al veterinario nada mas levantarnos (yo perdí toda la mañana de trabajo). Carmen, nuestra veterinaria, alucinaba, nunca vio ni supo de ningún caso igual, así que procedió a hacerle una inspección más o menos «rutinaria» y a ponerle un tratamiento, más o menos «preventivo, compuesto de un paquete estándar: anti inflamatorios, protector de estomago, antibiótico y algunas cosas más, con la advertencia de que tanto podría seguir adelante como aguantar unos días y empeorar irremisiblemente. Es decir: fue algo a cara y cruz. Estamos esperando a ver que sale.
A día de hoy, miércoles, Mimo va aguantando, ya no vomita y come más o menos bien, también bebe agua con normalidad. Pero está bastante tristón, no sale apenas a la calle ni regaña a los otros gatos que se le acercan, acaso les bufa un poco. Sin embargo va a la arena y no parece echar sangre ni nada raro, aunque las heces parecen engrudo, de negras que le salen.
No se cómo acabará todo esto, porque, como ya digo, al igual que le veo muy «apagado», también come y bebe bien, así que creo que tiene un 50% de posibilidades, tanto en un sentido como en otro. Hemos pensado en cortarle el pelo, ya que creo que nunca lo recuperara a su estado original y para evitar que se chupe limpiándose, pero queremos esperar unos días, a ver si se encuentra algo mejor y menos estresado, para hacerlo. De momento esta en casa aguantando el tirón.
Espero no tener que mandarte ningún correo con malas noticias, y si sabes de alguien que le haya pasado un caso parecido, agradecería cualquier información.
Por Juan Luis Bázquez de Opazo
Actualización: 22/07/2011: Mimo,finalmente se recupero, perdio casi todo el pelo y ya le ha salido pelo nuevo. Se quedo en los huesos y poco a poco va ganando peso. En casa se peleaba cada dos por tres y volvi a llevarlo al taller, sorprendentemente es alli donde mas se esta recuperando.