Enterrando al gato

Perra boxer
En sus relaciones sociales, las distintas especies animales tienen variadas y complejas expresiones corporales para comunicarse. En el caso de los caninos, la posición del rabo o las orejas, arrugar la cara, enseñar los dientes, mirar de frente o de lado, bajar o subir la cabeza y tantos otros comportamientos más o menos sutiles, muestran a los demás su estado de ánimo e intenciones.

También los humanos tenemos comunicación corporal, aunque somos menos dados a entenderla, apegados como estamos a las palabras. Sin embargo, nuestras mascotas captan rápidamente esa comunicación, sabiendo cuando estamos de buen o mal humor, o cuando algo de lo que han hecho nos ha gustado o disgustado.

Hace ya casi treinta años, mi perra boxer, a quien pusimos el nombre de Barby, fue una extraordinaria mascota a la que siempre recordamos con gran afecto. No fue particularmente traviesa, pero a veces le daba por jugar con alguna pieza de ropa que agarraba del tendedero. Eso y los helados -y cazar gatos- fueron sus debilidades. Pero cuando mi esposa o yo salíamos al patio y veíamos la ropa en el suelo, sin que dijéramos nada, ella bajaba las orejas y el toconcito de su rabito, poniendo cara de consternación, y se agachaba tratando de fundirse en el piso, o de encontrar un rincón en donde refugiarse, pues comprendía que no nos gustó lo que había hecho.

Pero en aquellos tiempos no pude o no supe quitarle su aversión a los gatos. Con el paso de los años fui entendiendo mejor a los animales. Hoy en día, mis actuales perras conviven en armonía con nuestros gatos. Claro que no me atrevería a vaticinar lo que podría pasar si algún felino extraño penetrara en sus predios, y tampoco tengo ganas de averiguarlo.

El hecho es que, un buen día de aquellas lejanas épocas, mi suegro trajo a la casa un gatito. Se lo mostramos a Barby para que lo viera y oliera bien. Yo le enfaticé que el gato era de la familia, que no debía hacerle ningún daño. Supe bien que ella entendió.

Pasaron unos pocos días sin incidente alguno. Me pareció que la tolerancia se había consolidado. Pero una tarde escuché maullar insistentemente al gatito. Siguiendo el sonido salí al patio trasero, y puede ver que mi perra Barby estaba excavando un hoyo en la tierra, mientras sostenía al gato en su boca. La intencionalidad se me hizo totalmente evidente. Como se le había prohibido hacerle daño, entonces cual si de un hueso se tratara, la perra quería enterrar al gato para desaparecerlo.

Solamente tuve que decir su nombre en voz algo más alta de lo usual, una sola vez. La perra me miró, vio mi cara seria, soltó al gato, bajo las orejas y el rabo, se agazapó y se alejó arrastrándose casi. Había sido pescada in fraganti. Yo tuve que esconderme para que no me viera reír, pues aquello me pareció increíble.

Las circunstancias terminaron con aquella especie de experimento y con la mortificación de mi querida perra. Unos días más tarde, un automóvil puso fin a la vida del gato.

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