El pasado domingo 20 de Junio asistí a la final del Tercer Concurso Morfológico de Caballos de Pura Raza Española, por la Asociación Nacional de Criadores de Caballos de Pura Raza Española ANCCE que durante tres días se realizó en Colmenar Viejo, Madrid.
Había unos cuarenta finalistas en pista, entre yeguas y machos, buscando galardón en alguna de las diversas categorías. En los establos habría otros tantos hermosos e inquietos animales que no habían pasado a la final, separados en pequeños recintos individuales. Algunos estaban tan nerviosos que coceaban las paredes, mientras otros se paraban sobre sus cuartos traseros para mirar por encima del manparo al caballo del establo de al lado. Había cerca muchas yeguas con sus crías de pocas semanas, lo que significaba muchas feromonas en el aire. Y los machos lo sabían.
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De la que entraba al gran recinto agropecuario en las afueras de Colmenar Viejo, vi un animal que me llamó la atención. Fue el protagonista de mis primeras fotos. Se trataba de un ejemplar de siete años llamado Indio J.T. 1º, perteneciente a la Yeguada Juan Tirado, de Trujillo. Quedé admirado de la planta y carácter vivo de aquel ejemplar. Si así son todos, me dije, esto va a estar estupendo.
Fueron fotos tras fotos a diestra y siniestra, hasta casi trescientas. Todos los animales eran dignos de formar un almanaque. A la hora de la final me fui hacia las gradas y tomé posición para ir fotografiando a los ganadores. Una rápida ojeada a los caballos agrupados en la categoría de los machos adultos y mis ojos se prendaron de inmediato de un ejemplar blanco, brillante, soberbio en su estampa, de paso majestuoso y porte altivo.
Ese es el campeón, comenté en voz alta. Un señor a mi lado se volteó y me preguntó, riendo:
-¿Eso piensas?
-Sin dudas -le dije.
-¿Y cual crees que será el subcampeón?
Miré todo el grupo y respondí:
-Ese puesto creo que está más reñido, todos tienen una estampa de película; pero me inclino por el Indio.
El hombre se rió a carcajadas y me dijo que pronto lo sabríamos.
El veredicto de los jueces tardó un rato. El campeón fue el blanco caballo que señalé: Sevillano 41, de diez años, de la Yeguada Rosa Villanueva, de La Serena, Badajoz, repitiendo así el título que había ganado en Jerez en el pasado mes de Mayo, según supe luego. El subcampeón fue El Indio J.T.1º.
El hombre a mi lado se volteó hacia mí.
-¡Vaya! Eso es tener buen ojo. ¿Has sido juez?
-¡Que va! -respondí. Ni soy experto ni conocedor de caballos; simplemente me gustaron.
-Pues a los jueces les llevó mucho más tiempo que a ti decidirse.
-Por supuesto -dije yo- Ellos tenían una responsabilidad real, yo no. Ha sido pura coincidencia.
El hombre me invitó a un vinito, porque a pesar de que hacía sol pero la brisa era bastante fresca, entre el polvo, pitos y flautas, la sed no se hizo esperar.
Aquella circunstancia y la fecha en que estábamos me recordó una vez, en un lejano día de Junio de 1971, en el último año de la Escuela Náutica de Venezuela. Por celebrarse la semana de la de la Marina Mercante nos llevaron al Hipódromo de la Rinconada con motivo de correrse el Clásico Marina Mercante. Sentado en los palcos con algunos compañeros yo podía ver el área donde los caballos hacían sus paseillos de calentamiento antes de las carreras. Davinio Barazarte, un compañero muy entendido del juego del 5 y 6, estaba apostando en taquillas. Me preguntó cual caballo me gustaba para aquella carrera. Yo le señalé uno y él consulto su Gaceta Hípica y, entre chácharas y bromas, me dijo que las opiniones no le daban buena puntuación, vamos, que no tenía ninguna oportunidad. Ese fue el caballo ganador en esa carrera.
Por otras dos veces mi compañero me volvió a preguntar y yo le dije cual de los caballos que veía me gustaba, pero ninguno parecía ser un posible ganador ese día, según los especialistas hípicos. El caso es que las tres veces yo acerté con el ganador y mi compañero se quedó sin dividendos. Para la cuarta vez me dijo que apostaría a ojos cerrados al que yo eligiera; pero ya no acerté.
Yo quedo oficialmente admirador de Sevillano y de El Indio. Si bien todo termina teniendo un precio en la vida, opino que esos dos ejemplares son de los que, en este momento, es casi imposible ponerles un precio.
Fue un día de agradable inmersión entre caballos, que hacía tiempo que yo no la disfrutaba de esa manera. Y no precisamente entre caballos cualesquiera. Todos eran preciosos ejemplares de caballos de pura raza española. Me hubiera conformado con cualquiera de ellos, por algo participaban en un concurso de morfología.
Les dejo las fotos de algunos de los ejemplares para que vean mejor de lo que hablo.