¿A quién le importa que atropellen al gato?


Hace un tiempo yo comentaba que algunas personas parecen haber nacido destinadas a encotrar en su camino animales abandonados.  Además, parecen también haber recibido el don de querer ayudarlos; que ambos aspectos, desafortunadamente, no suelen ir juntos.

Porque una cosa es encontrarse con un perro, un gato u otro animalito abandonado o herido, y otra poder acercarse a ellos. Y otra, muy distinta, es que, además, el animal se deja agarrar docilmente, como si lo deseara, como si hubiera estado esperando, precisamente, por esa persona y no por ninguna otra. Me parece que ese es el caso de Juan Luis Blázquez de Opazo y su pareja, de quienes ya he hablado en anteriores oportunidades colocando algunas historias de sus animales.

Esta vez voy a colocar otro de esos caso, que me ha comentado en un email, y que, a mi juicio, no  tiene que ver tanto con haber rescatado a otro gato, sino con la forma como sucedió. Aunque ya le he dicho en una visita que, como siga así, va a terminar teniendo un centro de acogida en su casa.


Los dejo con el relato que hace Juan Luis:

Es el domingo 25 de Octubre. La hora: 8:30 de la tarde. Hemos estado todo el día en una concentracion de coches clasicos. Mi pareja y yo nos dirigimos a San Martin de Valdeiglesias, pueblo cercano al de mi casa, en el que tengo la nave. Quiero guardar mi Pontiac del 78, restaurado por mi mismo. Podria haberlo llevado al dia siguiente; pero preferí hacerlo en ese momento, de camino a casa. En el trayecto veo que hay algo de tráfico para volver direccion Madrid, asi que pienso: «a la vuelta atravesamos por el pueblo de Pelayos de La presa para quitarnos algo de atasco».

Una vez en la nave guardo el coche, le cambio el agua a «Tuno», que es el gato que tengo en el taller (a veces le digo que es un gato hidraulico con pelo), le hecho algo mas de pienso y estamos un rato jugando con el.  En menos de una hora ya estamos montados en mi pequeño Nissan color teja del 91, camino a casa en Chapineria. Al llegar a Pelayos veo que el tráfico se desahogado bastante, por lo que decido no atravesar el pueblo y bordearlo por la circunvalacion.  Sin embargo, una vez metido en la rotonda, donde puedo aun tirar por uno u otro lado, instintivamente decido meterme atravesando el pueblo. No me preguntén los motivos. Mientras lo hacía pensaba: «no se para que tiro por aqui si ya no hay atasco.» Pero seguí adelante.

Me adentro por la calle principal del pueblo y de repente Deborah me grita: ¡Cuidado,un gato! Yo ya lo he visto, aminoro la marcha hasta detenerme mientras un gato enorme, de color anaranjado y blanco, con más tranquilidad de lo que sería lógico en cualquier gato sano, termina de cruzar. Llegado al otro lado, se queda en el arcen, de pie, con la mirada perdida.

“A ese gato le pasa algo, voy a bajar a ver,” -dijo Deborah, que es asistente veterinaria- Yo, con resignacion, detengo el auto y espero. Ella regresa con el gato en brazos. Me bajo del coche y compruebo que el gato parece estar bien. Lo ponemos en el suelo y él nos maulla; pero no se va. Al contrario, parece querer llamar nuestra atencion.

Como esta en muy mal sitio lo cojo y entro en un bar que hay justo al lado, a preguntar si alguien sabe de quien es ese gato. “He estado apunto de atropellarlo” les digo. La respuesta fue: “No; pero si lo hubieras atropellado tampoco pasaba nada…”

Entonces me subieron hasta la base del craneo lo que supongo fueron los jugos gástricos, y despues de responderles cuatro cosas que no se deben decir con niños delante, salí de allí y ,sin dudarlo un segundo, dije: ¡a la mierda!. ¡El gato me lo llevo yo!

Asi que media vuelta y otra vez camino de San Martin para llevar al gato a la nave, porque en casa, me parece  que, con los que ya tengo, son más que suficientes.

Tuno no pareció que hubiera quedado muy contento con el nuevo «compañero de taller». Al día siguiente tampoco; pero estaba menos enfadado. Al nuevo lo he llamado «Pancho» por lo tranquilo que es y por que me recuerda al de un amigo que apodamos asi. A la semana siguiente  lo llevé al veterinario y le hicieron «la puesta a punto». Tuno, aunque ya se va acostumbrando al nuevo compañero no se aleja mucho de la nave y entra enseguida. Pancho tampoco se ha movido mucho de la entrada. Creo que no quiere correr el riesgo de verse de nuevo abandonado en el exterior.

Desde que lo recogí no he parado de repetirme: «otro gato mas, tú estas tonto». Pero, sinceramente, no creo que el animal hubiese durado mucho tiempo más en el arcen donde lo recogimos, y no soportaria el haber pasado por allí al día siguiente o cualqier otro y verlo despachurrado, sabiendo que lo pude haber salvado. Asi que ¡que demonios¡ ¡Considero que es lo mejor que podia hacer y estoy orgulloso de haberlo recogido!

Por cierto que la historia de Tuno es bastante parecida a la de Pancho.

La foto no corresponde a Pancho, pero se trata de un gato bastante parecido, solo para que tengan una idea.

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