La gata M
Hará un par de años fuimos con unos amigos a pasar un fin de semana a un pueblo de la provincia de Ávila. El domingo antes de volver a Madrid, paseábamos por el pueblo y vimos una gatita de color gris ceniza sentada a la puerta de una casa junto a la calle principal del pueblo. Tendría tres o a lo sumo cuatro meses. Estuvimos acariciándola hasta que salio una mujer mayor. Nos dijo que la gata había tenido otro hermano; pero que «un coche le había reventado la cabeza», y que esta otra acabaría igual, seguramente, ya que pasaba la mayor parte del tiempo en la calle.
Mi chica y yo nos quedamos consternados y horrorizados. Pensamos que aquella gatilla merecía una vida mejor. Los dos hicimos un pacto: si al pasar con el coche, cuando volviéramos a Madrid, la gata seguía por allí nos la llevaríamos. Si no la veíamos, ni siquiera nos detendríamos. Unas 4 horas mas tarde pasamos frente a la casa, despacio.
La gatita estaba allí. Sentimos que nos miraba como si hubiese estado esperando por nosotros, sin moverse de donde la dejamos. Por supuesto que la subimos al auto y nos la llevamos.
Por el camino se tumbo encima de mis piernas, mientras yo conducía. ¡La gatita había elegido dueño! Ella me adoptó. La llamamos «M» que es la denominación de los autos BMW de serie deportiva que siempre me gustaron. Creímos que era un nombre adecuado, ya que ella era del mismo color que el BMW en que íbamos y ella hacía su primer viaje.
Se adaptó enseguida a vivir en nuestra compañía y la de nuestros otros dos gatos: Isidoro, un atigrado naranja como tu gato Rufo, y su hermana Sonia. A esta, quizás por ser también hembra, le costo mas aceptar a la recién llegada.
Desde su llegada «M» se convirtió en la alegría de la casa. Era un autentico remolino gatuno que nos traía de cabeza; pero también era lista y fiel como pocos seres en este mundo. Un año después nos mudamos a un pueblo de las afueras de Madrid, llamado Chapinería. A veces, en las soleadas mañanas de sábado o vacaciones, por la ventana yo la veía jugando en el jardín de la casa de al lado y la llamaba. Antes de que yo tuviera tiempo de ir a abrirle, ya ella estaba rascando la puerta de la calle, pidiendo entrar y que le diera su ración de mimos y de «chucherías gatunas».
Podría contar miles de anécdotas de ella; pero me quedaré en una que nunca podremos olvidar y que siempre nos hará saltar las lagrimas:
Vesta, la gatita carey
En una oportunidad, un día como tantos otros, recogimos de la calle a una gatita de color carey, con una o dos semanas de vida. Unos gitanillos le estaban pegando patadas en la calle, como si fuera un balón, para ver quien la mandaba mas lejos. Mi novia llego a tiempo de rescatar de una muerte inminente aquella pelotilla de pelo ensangrentada. La llevamos a casa, la curamos y logramos salvarla. Hoy en día es la alegría de la casa. Le pusimos por nombre Vesta, aunque yo suelo llamarla «Bicheta» porque es como un trasto siempre atravesado; un bichito travieso y juguetón que no para de enredar y hacer trastadas ni estarse quieto». «M» hizo el papel de madre con ella, la acicalaba y protegía como si fuese la hija que nunca tuvo.
Un día estaba «M» echada en su sillón mientras cenábamos. Vesta se quiso subir para estar junto a ella y saltó desde el suelo; pero aún era pequeña y se quedo colgada sin poder llegar a subir, a punto de caerse de espaldas. «M» se incorporo y la subió, agarrándola con sus patitas delanteras. Una vez en el sillón la observo un momento y empezó a lamerla, hasta que las dos se quedaron dormidas. Nunca vimos gesto tan humano en un animal, mucho menos en un humano.
Los altibajos de la felicidad
Pero la felicidad tiene sus altos y bajos. «M» solía dormir en nuestra cama, y hacia las cinco de la mañana me pedía que le abriera la puerta para salir de la casa. Prefiero no pensar en aquel día, ni cuanto tiempo hace ya de aquello, porque fue el último que la vi. Nunca volvió a casa. Empapelamos el pueblo con octavillas y fotos de «M»; pero nunca apareció.
Nos resulta imposible reflejar cuanto la echamos de menos y como lloramos los primeros días, al ver a Vesta acercarse al sillón donde las dos solían dormir juntas, y mirarlo con cara triste y desconcertada, como esperando ver a «M» aparecer en cualquier momento. No sabemos que habrá sido de ella; aunque sea lo que sea no la olvidaremos nunca. El tiempo ha ido pasado, para bien y para mal. Vesta ya parece haberlo superado y es otra vez una gata feliz. Es la mas alegre de todos nuestros gatos.
En total, además de Vesta actualmente tenemos otros cinco gatos más: Isidoro y Sonia (hermanos), Kinder. La que llamamos así por los huevos de chocolate «Kinder sorpresa», por que apareció en el porche de nuestra casa una mañana de domingo, como por «sorpresa» .Y cual si nos conociera de toda la vida decidió quedarse a vivir con nosotros. Luego está Lili, que era de una camada que recogimos para dar en adopción; pero que finalmente se quedo con nosotros. Por último está Ron. Lo encontré un lunes por la mañana bajo un coche en el polígono industrial donde yo trabajaba antes. Su nombre le vine del hecho de que, de pequeño, no paraba de llorar. Si le ponías un simple dedo en su lomo comenzaba a ronronear, de ahí el nombre, «Ron-Lloron»).
El viejo Rayas fue un gato callejero que, al igual que hizo Kinder, un buen día también le dio por venir y quedarse a vivir aquí, pasando con nosotros sus últimos días. Murió de viejito este invierno pasado.
Mientras escribo estas memorias tengo a Vesta en el poyete de la ventana, a unos 30 cm de mí. Siempre me mantiene bajo vigilancia, colocándose en donde pueda verme. Se está quedando dormida con la mirada fija en el techo, porque hay un mosquito al que sabe que no llegará a cazar, ya que está muy alto.
Nota: Esta historia se inició en un comentario dejado por Juan Luis Blazquez de Opazo en el capítulo 1º de mi narrativa «Mucho más que un gato», que publiqué en mi blog «El guardián del faro». Pero, al igual que he hecho con algunos otros, el contenido me pareció que era de interés general, por lo que decidí no dejarlo como un simple comentario que pocos llegarán a leer. Fue por eso que decidí publicarlo aquí cono un artículo, ya que estoy seguro que será más leído.