Merlín, el gato misterioso

Un gato sobre un autoEra una noche de viernes muy, muy lluviosa del invierno pasado y llegábamos a casa a altas horas, de cenar con unos amigos en Madrid. Al entrar en nuestro callejón pudimos verlo en medio de la calle, a escasos metros de casa, empapado en agua estaba un pequeño gato, de quizás unos cuatro meses, que intentaba comerse los restos de un trozo de pan empapado de agua en un charco formado por la persistente lluvia.

Obviamente no se dejo coger, salio despavorido en cuanto me baje del coche. Yo no lo había visto nunca por allí, pero estaba claro que  un gato comiendo restos de pan bajo la lluvia debía estar mas que hambriento, y seguramente con un buen resfriado rondándole. Fue una verdadera lastima no poder cogerlo, porque en esas condiciones yo no le auguraba un buen futuro.
Pasaron los días y aquel episodio quedó en una anécdota. Dábamos por hecho que no volveríamos a ver a aquel gato.

Días después sucedió lo que hubiera sido un curioso y quizás insignificante hecho, de no ser por que se repitió durante tres o cuatro días. Por las mañanas, el ruido que hacia la persiana de la habitación al levantarla, hacía salir despavorido algún gato que presuntamente debía de estar durmiendo en una caja que teníamos en el alfeizar de la ventana. En una casa con gran familia gatuna como la mía, se podría pensar que era cualquiera de nuestra «colonia».  Pero resultó que no era así, se trataba del mismo gato que vimos bajo la lluvia días antes.

A los pocos días de esto, una tarde de sábado mi mujer entro presurosa en la habitación y, casi en un susurro, me insto a que me asomase, diciéndome: «¡Ven, mira esto!». El mismo gatito asustadizo estaba tumbado plácidamente entre los peluches de la cama. Con mucha calma, Deborah se acerco a el y lo acaricio, sin que al gato pareciera importarle. Entonces ella me dijo: «traete el desparasitador, que ya que esta aquí al menos lo desparasitamos, por si acaso se queda no les traiga bichos a nuestros gatos. Si se va otra vez eso habrá ganado con la visita»

Merlín se dejo desparasitar sin problema. Pero ese día perdió también algo más de sus parásitos: su condición de gato callejero.

Desde entonces él nos adopto como su familia he hizo migas con los demás gatos (no sin algunas riñas). Nosotros nos mantuvimos al margen de su decisión, ya que poco podíamos hacer en una casa de pueblo donde los gatos tienen total libertad de entrar y salir a su antojo. Él decidió venir asiduamente. El día que no venia nos preguntábamos por él, y fue entonces cuando nos dimos cuenta de que ya era uno mas de nosotros.

Al ser uno más necesitaba un nombre, y Merlín le venia al pelo. Todos los gatos son mágicos y misteriosos, pero este tenía un misterio aun mas acentuado que los otros. Un gato que sale de la nada, que no se deja tocar, totalmente huidizo y que de repente se vuelve casero y nos adopta podría no tener mucho de particular.

Un gato sobre la cama
Pero Merlín tiene una peculiaridad: no se le puede tocar ni coger. Es intentarlo y huye despavorido…hasta que cae la noche. Entonces se acopla en la cama o en el sofá y, cual el Dr. Jeckyll y Mr. Hide, se transforma en un gato tierno y mimoso que toda la noche se pasa reclamando mimos y caricias. Es un gato con una doble personalidad, porque al hacerse de día y bajarse de la cama, otra vez se torna desconfiado y huidizo, hasta que de nuevo el crepúsculo lo transforma en el gato afable de la noche anterior. ¡Son dos gatos en uno!

Hace unos meses Merlín vivió una increíble y peligrosa aventura motorizada.

Era sábado y unos amigos vinieron a pasar el día y quedarse a dormir, porque el domingo íbamos a ir a una concentración de coches clásicos.  Empleamos casi toda la tarde en preparar nuestros coches para tal evento. Montamos algunos accesorios nuevos, los lavamos y aspiramos, les sacamos brillo… Una vez listos los coches los dejamos dentro de la parcela.

El domingo por la mañana salimos temprano. Seguramente despertamos algún vecino con el ruido de los viejos Buick y Chevy del 71, pero a nuestros gatos no les asusta lo mas mínimo el tronar de los motores. y pululan alrededor de los coches como si nada. Ya en carretera, nos esperaba un día de disfrute con nuestros viejos «cacharros». Después de toda la semana conduciendo modernos utilitarios de aspecto anodino es un placer hacer kilómetros al volante de un verdadero clásico.

Estuvimos fuera todo el día haciendo kilómetros y parando en un sitio y en otro. Ese domingo, una vez que cada uno agarro por su lado, mi mujer y yo no volvimos directo a casa, para variar.  Bajamos al centro de Madrid porque Deborah tenia a su abuelo ingresado en el hospital, así que la dejé allí para que pasase la noche con él. Yo agarré la M30 para regresar al pueblo yo solo…o eso era lo que yo creía.

A medio camino, en la autovía 501 vi en el carril contrario, en dirección Madrid, a uno de los socios de nuestro club de autos clásicos, también con un Chevy del 65 y el capot abierto. Parecía haberse quedado tirado, así que di la vuelta en cuanto pude para echarle una mano.  Lo había parado la Guardia Civil ¡para ver el coche! Y en el rato que le entretuvieron se quedo sin batería, Yo puse mi coche al lado del suyo, para ponerle unas pinzas y poder asistirlo en el arranque. Cuando abrí el capot de mi auto para conectarlas… ¡no me lo podía creer! ¡Merlín estaba encima del motor con cara de tremendo susto!

El pobre gato, en vez de venirse a mi para que lo cogiese, se escabullo por el hueco del motor y la carrocería, hacia el suelo, aunque alcance a cogerlo por el rabo. Debió de dolerle por el maullido que pego, pero mejor eso a que hubiese escapado por debajo del coche y hubiese sido atropellado, o en el mejor de los casos hubiese podido cruzar la autovía y escapar a campo través, sin que yo tuviese la mínima posibilidad de alcanzarlo, con lo que el gato tampoco hubiese tenido un final muy feliz.

Por fin Merlín se metió en un hueco de la aleta del coche, no era el mejor sitio del mundo, pero es lo que había.  Una vez solucionado lo de arrancar el otro coche llegué hasta una gasolinera cercana. Volví a abrir el capot del coche para sacar a Merlín, pero no estaba. Creí morirme. ¿Dónde habría ido a parar? Pensé que se había salido por debajo del coche y ya estaría aplastado en la carretera. Empece a llamarlo, pero nada, y tras unos minutos de infructuosa búsqueda, ya desesperado me di cuenta que si se había caído no había nada que yo pudiera hacer, porque si había conseguido salir ileso seria imposible encontrarlo. Ni la lluvia, ni el trafico, ni el lugar y la oscuridad de la noche permitían buscarlo mas allá de unos pocos metros.

Ya con el corazón encogido intente hacerme a la idea de que lo había perdido y me dispuse a cerrar el motor para marcharme. En esto que algo me hizo sentir que el gato aun estaba allí. Metí la mano por un rincón del pase de rueda, donde nunca se me hubiese ocurrido buscar, pero al fondo toque pelo de gato con la punta de los dedos. Estaba allí metido. Yo no sabia en que condiciones se encontraba estaba vivo por que se movía.

Como no hubo manera de sacarlo utilice las alfombrillas del coche para tapar la salida de aquel recoveco, no había mas opción que seguir hacia el pueblo con el gato ahí metido, y una vez en casa esperar a que quisiese salir.

Nunca en mi vida se me hizo tan largo el trayecto hasta Chapinería, tentado de ir lo mas rápido posible, pero yendo lo mas lento que pude por si Merlín caía a la carretera y, por supuesto, sin quitar ojo al retrovisor. Por fin una vez en el patio abrí el capot del coche y quite la alfombrilla que hacia de tapa de la improvisada jaula, en unos segundos sacamos a Merlín que, como por arte de magia, había pasado todo el día en el motor de un coche circulando en carretera, aguantando el calor y expuesto a las correas y partes móviles. ¡Pero había salido sin el mas mínimo rasguño!

Merlín es desde hace mucho uno más de la familia.

Por Juan Luis Blázquez de Opazo

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