Hace un tiempo yo comentaba que algunas personas parecen haber nacido destinadas a encotrar en su camino animales abandonados. Además, parecen también haber recibido el don de querer ayudarlos; que ambos aspectos, desafortunadamente, no suelen ir juntos.
Porque una cosa es encontrarse con un perro, un gato u otro animalito abandonado o herido, y otra poder acercarse a ellos. Y otra, muy distinta, es que, además, el animal se deja agarrar docilmente, como si lo deseara, como si hubiera estado esperando, precisamente, por esa persona y no por ninguna otra. Me parece que ese es el caso de Juan Luis Blázquez de Opazo y su pareja, de quienes ya he hablado en anteriores oportunidades colocando algunas historias de sus animales.
Esta vez voy a colocar otro de esos caso, que me ha comentado en un email, y que, a mi juicio, no tiene que ver tanto con haber rescatado a otro gato, sino con la forma como sucedió. Aunque ya le he dicho en una visita que, como siga así, va a terminar teniendo un centro de acogida en su casa.