Era un día del mes de Noviembre, que comenzó como cualquier otro. Cuando Reina Aguilar abrió la puerta a la novia de su hermano, no se podía imaginar que su vida iba a dar un vuelco. La muchacha llegaba con un gatito de unos tres meses. Lo había encontrado sentado a la puerta de una tienda, solo y triste. No parecía tener dueño, ni nadie sabía de su madre. Así que, sin pensárselo mucho, ella lo agarró y se lo llevó para ver si Reina lo quería cuidar.
Su esposo no tenía la menor idea de lo que era vivir con un gato, pero inicialmente lo aceptaron. El gatito resultó ser muy juguetón, y se entretenía horas correteando con una pelota. No se necesitó mucho tiempo para que se encariñaran con él y decidieran quedárselo, llevarlo al veterinario y darle el nombre de Morris.
Y sucedió lo que tenía que sucederles, que Morris se convirtió en el dueño y amo de la casa. No era un gato especialmente afectuoso, pero tampoco era agresivo ni tímido con los extraños. Por el contrario, en opinión de todos, era un gato con mucha personalidad y carisma. En resumen, era un auténtico gato.